martes, 12 de agosto de 2008

A veces hay... Girasoles.

A veces.

A veces, muchas veces,
Hay cosas ocultas
Más allá del falso optimismo,
Siempre puede haber secretos ocultos tras la fachada de una sonrisa...

Y, no pensemos en falsedad,
No siempre es por hacer daño,
No es que haya un maléfico plan

Oculto y esperando el momento de ver la luz.

A veces, muchas veces,
Simplemente guardamos silencio y sonreímos,
Con la secreta esperanza de que nadie note la mentira.

Porque de mentiras piadosas también se vive,
Porque, muchas veces,
Una mentira o un secreto,
Hace muchísimo menos daño que la verdad
Y Nadie puede culparnos por querer protegernos.
... O, mucho menos, por brindarle protección.


Girasoles.

Los alegres girasoles, como su nombre lo indica, dan vuelta su mirada hacia el cielo y la giran en torno al gran disco amarillo colgado de este, observando atentamente su trayectoria…

Se mecen gráciles con el viento, riegan sus semillas en la tierra, alegran la vista del paisaje con su vivo color, proyectan grandes sombras protectoras a cientos de animalitos pequeños que pueden cobijarse a su lado, se mantienen erguidos, firmes, altos y fuertes sobre sus tallos, que, aunque gruesos, ante el gran tamaño de la flor, por lógica, deberían quebrarse y doblarse con suma facilidad; Pero no, aguantan sus cabezas en alto, su mirada directa hacia el disco, sin temer la segura ceguera, o el calor abrazante, nobles, valientes, alegres y cotidianos…
Quizás lo admiran, quizás lo envidian, quizás sólo lo vigilan, quizás, sólo quizás… ellos tienen un secreto, algo que ocultar, igual que todos, y mientras el sol les mire, mientras el eterno vigilante este alzado allá arriba, en el cielo, pendiente de sus actitudes, cuidando todo lo que ocurre aquí abajo en su reino, ellos deben ser felices y actuar con naturalidad.

Tal vez por eso, cuando la noche se apodera del paisaje, cuando la luna, la eterna y comprensiva amante es la que vigila el reino; ellos, cansados de actuar ya, simplemente de doblan, al fin, hacia el suelo, dejan sus troncos descansar de su rígida postura, y: finalmente, se rinden a su propia realidad y sufrimiento, aceptan su tristeza, y abrazan en paz la silenciosa soledad nocturna.

Al menos de noche, no tienen que darle explicaciones a nadie, al menos a oscuras, sin el vigilante eterno, sin nadie que les observe y recrimine, pueden sentir su pena con calma…

Quizás… Quizás todos somos, un poquito, girasoles.



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Un gran algo que nació de la gran nada... cositas que me dio por escribir...